Sobre el asco y la moral

El disgusto gustativo y moral en la conducta humana

Ignacio Molinero Moles

10/29/20248 min read

Pido disculpas de antemano por la anómala longitud de la breve reflexión de este mes. La temática merece la pena y prometo comentar en mayor extensión los temas tratados en escritos futuros como el comentario a los libros de Robert Sapolsky, Compórtate y Decidido. Sin más dilación, comenzare diciendo que las principales áreas relacionadas con el gusto son:

La corteza gustativa primaria ―corteza insular y opérculo en primates―, integrando inputs sensoriales que ya han sido procesados por núcleos talámicos y del tracto solitario. Tanto su porción anterior procesando la nocicepción como la posterior integrando estímulos auditivos, viscerales y somatosensoriales, son claves para el gusto. Es un centro de integración grande y comunicación directa con cortezas orbitofrontales mediales y laterales, por lo que no solo integra información sensitiva, sino que integra también información emocional y cognitiva para la toma de decisiones.

El hipotálamo lateral, mediante las orexinas ―o hipocretinas― de la población orexigénica, influye en la percepción del sabor y en el placer que el organismo siente con la ingesta, dotando a los alimentos que consume de valor hedónico. También fomenta la ingesta según el balance energético del organismo mediante la modulación de la actividad de este núcleo hipotalámico por parte de la grelina y la leptina.

La amígdala juega un papel importante en el aprendizaje aversivo. Podría hablar de la porción rostral del hipotálamo lateral y su relación con la aversión y el aprendizaje aversivo, así como la rostral trabaja en las líneas de recompensa comentadas o incluso indagar en la distinción nosotros/ellos que jugará un papel central en el giro moral de la reflexión, pero no deseo extenderme.

La corteza cingulada anterior: ligada al procesamiento emocional y social de la recompensa y el aprendizaje asociativo, además de otras cuestiones como la empatía, que pueden influir de forma tangencial. Asociación directa con las cortezas insular, gustativa y orbitofrontal.

La corteza orbitofrontal: muy en la línea de la cingulada anterior, encargada de clasificar toda la experiencia en su conjunto como agradable o desagradable ―mediante las zonas medial y lateral, respectivamente―.

La corteza olfativa: en relación con la gustativa mediante vías no talámicas y en estrecha relación con los ganglios basales y la amígdala para una señalización de evitación ante estímulos desagradables.

Hay mucho más que comentar, pero acabaré esta parte mencionando a la dopamina. La dopamina ―hablo del neurotransmisor, pero me refiero al sistema dopaminérgico, especialmente a las vías mesolímbica y mesocortical― tiene una función múltiple aquí, tanto en el placer asociado con la ingesta para la asignación del valor hedónico del alimento ―por algo llaman a la dopamina la molécula de la búsqueda del placer, aunque yo prefiero llamarla «molécula del placer de la búsqueda», como hace Robert Sapolsky― como en el aprendizaje asociativo que tiene como principales protagonistas a la corteza cingulada anterior, la corteza orbitofrontal y el núcleo accumbens.

Es difícil despachar cada una de estas áreas en pocas líneas y no sentir una profunda repulsión hacia un trabajo superficial y simplista. Pero ¿por qué siento repulsión o asco ante un estímulo no gustativo? Porque a nuestro cerebro le cuesta tratar las metáforas. Y ¿por qué le cuesta tratarlas? Porque la evolución de nuestras intuiciones morales es tan reciente que nos servimos de las mismas redes del gusto para esta nueva empresa. En palabras de Sapolsky:

[…] Así pues, la ínsula interviene en los trastornos olfativos y gustativos protegiendo de la intoxicación alimentaria, algo útil desde el punto de vista evolutivo.

Pero la versátil ínsula humana también responde a estímulos que consideramos moralmente repugnantes. La función de la ínsula de los mamíferos que nos dice «esta comida está en mal estado» tiene probablemente cien millones de años. Después, hace unas decenas de miles de años, los humanos inventaron conceptos como la moralidad y el asco ante la violación de las normas morales. Eso es muy poco tiempo para haber desarrollado una nueva región cerebral que «generara» el asco moral. En lugar de eso, el asco moral se añadió a la cartera de la ínsula; como se suele decir, en lugar de inventar, la evolución hace chapuzas, improvisando (elegantemente o no) con lo que tiene a mano. Nuestras neuronas de la ínsula no distinguen entre olores repugnantes y comportamientos repugnantes, lo que explica las metáforas sobre el asco moral que deja un mal sabor de boca, que provoca náuseas o ganas de vomitar. Sientes algo repugnante, ¡aaaj…!, e inconscientemente se te ocurre que es repugnante y está mal que esa gente haga X. Además, cuando es activada de esta manera, la ínsula a su vez activa la amígdala, una región del cerebro fundamental para el miedo y la agresión.

Continuando este hilo argumental, Sapolsky nos da como ejemplo un estudio que refleja la naturaleza inconsciente de nuestros juicios:

En un estudio muy citado, los sujetos valoraron sus opiniones sobre diversos temas sociopolíticos (por ejemplo, «En una escala del 1 al 10, ¿en qué medida está de acuerdo con esta afirmación?»). Si los sujetos estaban sentados en una habitación con un olor repugnante (en vez de uno neutro), el nivel medio de simpatía que tanto conservadores como liberales declaraban sentir por los homosexuales disminuía. Pues claro, dirás, uno siente menos simpatía por alguien si le están dando arcadas. Sin embargo, el efecto fue específico para los hombres homosexuales, sin cambios en la simpatía hacia las lesbianas, los ancianos o los afroamericanos. […] Pregúntale a un sujeto: «¿Por qué en el cuestionario de la semana pasada te parecía bien el comportamiento A y ahora (en esta habitación maloliente) no?». No te dirá que un olor confundió su ínsula y le hizo menos relativista moral. Afirmará que alguna idea reciente le hizo decidir, con su falso libre albedrío y su intención consciente a fondo, que el comportamiento A, después de todo, no estaba bien.

Sorprendentemente, continúa justo después de decir esto formulando la estrecha relación entre moral y estética que ya vemos en Nietzsche cuando dice que «si matas a una cucaracha eres un héroe. Si matas a una mariposa eres malo. La moral tiene criterios estéticos», o cuando Sócrates hablaba de los jóvenes hermosos en los diálogos platónicos.

No es solo el asco sensorial lo que puede moldear la intención en segundos o minutos; la belleza también puede hacerlo. Durante milenios, los sabios han proclamado que la belleza exterior refleja la bondad interior. Aunque ya no lo afirmemos abiertamente, la idea de que la belleza es buena sigue prevaleciendo inconscientemente; se juzga a las personas atractivas como más honestas, inteligentes y competentes; tienen más probabilidades de ser elegidas o contratadas, y con salarios más altos; tienen menos probabilidades de ser condenadas por delitos y sus condenas son más cortas. Cielos, ¿es que el cerebro no puede distinguir la belleza de la bondad? No especialmente. En tres estudios diferentes, los sujetos sometidos a escáneres cerebrales alternaban entre valorar la belleza de algo (por ejemplo, las caras) o la bondad de algún comportamiento. Ambos tipos de valoraciones activaban la misma región (la corteza orbitofrontal o COF); cuanto más bello o bueno, mayor activación de la COF (y menor activación de la ínsula).

Y acabamos las citas de Sapolsky con una buena reflexión acerca de la modificación de la conducta:

¿Quieres que sea más probable que alguien decida limpiarse las manos? Pídele que describa algo desagradable y poco ético que haya hecho. Es más probable que se lave las manos o que busque un desinfectante después de eso que después de haber contado que había hecho algo éticamente neutro. Los sujetos a los que se les pidió que mintieran sobre algo valoraron los productos limpiadores (pero no los no limpiadores) como más deseables que aquellos a los que se les pidió que fueran sinceros. Otro estudio demostró una notable especificidad somática, en la que mentir oralmente (en un mensaje de voz) aumentaba el deseo de enjuague bucal, mientras que mentir a mano (en un correo electrónico) hacía más deseables los desinfectantes de manos. Un estudio de neuroimagen demostró que cuando se miente por mensaje de voz y se aumenta la preferencia por el enjuague bucal, se activa una parte diferente de la corteza sensorial que cuando se miente por correo electrónico y aumenta el atractivo de los desinfectantes de manos. Las neuronas creen que tu boca o tu mano, respectivamente, están sucias.

Así pues, sentirnos moralmente sucios nos hace querer limpiarnos. No creo que haya un alma sobre la que pese esa mancha moral, pero sí que pesa sobre la corteza frontal; después de revelar un acto poco ético, los sujetos son menos eficaces en tareas cognitivas que requieren de la función frontal…, a menos que se laven las manos. Los científicos que informaron por primera vez de este fenómeno general lo bautizaron poéticamente como «efecto Macbeth», en honor a Lady Macbeth, que se lavaba las manos para quitarse la mancha maldita imaginaria causada por el asesinato cometido.[80] Esto muestra que cuando se induce asco en los sujetos, si se pueden lavar las manos a continuación juzgarán las infracciones de normas relacionadas con la pureza menos duramente.

En Compórtate, Sapolsky habla también en este sentido con mucha profundidad. Por no alargar mucho el comentario, mencionaré solo un trozo. Dice:

Hemos de recordar lo dicho sobre la corteza insular y su papel como mediadora de la repugnancia gustativa y olfativa en los mamíferos y como mediadora de la repugnancia moral en los humanos. Recuerde del último capítulo cómo se podía atizar el odio contra Ellos haciendo que fueran vistos como visceralmente repulsivos. Cuando la ínsula de la gente se active al pensar en Ellos, ya puede usted tachar algo de su lista de tareas pendientes para el genocidio.

Esto nos recuerda un hallazgo extraordinario: encierre a alguien en una habitación con un cubo de basura maloliente, y se volverá más conservador socialmente [54]. Si su ínsula le hace a usted sentir náuseas por el olor a pescado muerto, es más probable que decida que una práctica social de alguien de otro grupo es simplemente diferente en lugar de ser totalmente errónea.

Otro ejemplo claro de cómo el cerebro no lidia bien con las metáforas ―en este caso relacionando estímulos somatosensoriales térmicos con actitudes, intenciones, etc.― es el estudio de William y Bargh en que se citaba a los participantes a una elevada planta de un edificio, aunque el experimento ocurría antes de llegar. En el ascensor se encontraban los participantes con un asistente que les pedía que le sujetase su bebida por tener las manos muy ocupadas. Los participantes que sostuvieron un café caliente describieron a la persona como cálida y cercana, mientras que aquellos que sostuvieron un café helado la describieron como fría y distante. Asimismo, estos participantes tenían diferentes tendencias sobre si regalar a un amigo o a sí mismos, siendo más generosos los que habían descrito como cálido al asistente.

Lo comentado en esta ocasión se puede ver bien en los trabajos de Sapolsky. Como sé que son obras grandes, mencionaré que tiene un artículo específico llamado «This is your brain on metaphors» y, para los más aversos a las letras, muchas horas de vídeo en YouTube, tanto en podcasts, como en vídeos menores y especialmente en su curso gratuito con la universidad de Stanford sobre biología del comportamiento humano. Dejo también la cita 54 de Compórtate que menciono en el texto, donde vienen las referencias que da Sapolsky y el artículo de William y Bargh.

[54] Y. Inbar et al «Disgusting Smells Cause Decreased Liking of Gay Men», Emotion 12 (2012): 23; T. Adams et al., «Disgust and the Politics of Sex: Exposure to a Disgusting Odorant Increases Politically Conservative Views on Sex and Decreases Support for Gay Marriage», PLoS ONE 9 (2014): 695572; H. A. Chapman y A. K. Anderson, «Things Rank and Gross in Nature: A Review and Synthesis of Moral Disgust», Psych Bull 139 (2013): 300.

Experiencing Physical Warmth Promotes Interpersonal Warmth de Lawrence E. Williams y John A. Bargh

¿Qué piensas acerca de todo esto? ¿Piensas que esta información es importante en la conversación acerca del libre albedrío? ¿Es necesaria? ¿Crees que sirve por ser más atractiva que un silogismo simplificado? ¿Cambia esta información tu visión de la moral?

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